A finales de los años cincuenta y a las órdenes de un matador español, toreaba el orondo banderillero Migueláñez, en la plaza México.
Su maestría con el capote de brega y con las banderillas era pareja con su gordura. Esa tarde debutaba delante de la afición mexicana y, como no podía ser de otro modo, algún que otro guasón había en los tendidos.
Cerró Migueláñez el tercio de banderillas con un par muy discreto, más efectivo que lucido. Acto seguido se oye una voz desde el tendido que le grita: <<¡Vaya par …..>>! cinco veces seguidas, a lo que Migueláñez mira al espectador que le gritaba y cuando iba a alzar la mano en señal de agradecimiento, el guasón termina la frase: <<¡ Vaya par….de nalgas, güey!>>
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